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Jueves - 28.Marzo.2024

Picado por la ciencia

(06/02/2011)

Casi desnudo. Rodeado de una mosquitera que garantizaba que los insectos permanecían dentro. Y deseando ser picado para comprobar su teoría sobre la transmisión de la malaria y evitar cerca de  un millón de muertes al año. Supongo que estos son los sacrificios por la ciencia que convierten a alguien en candidato al Nobel. Bueno, al menos al IgNobel.

La malaria es una gravísima enfermedad que, todavía incontrolada, es transmitida por diversos mosquitos del genero Anopheles. Las hembras de estos mosquitos nos pican para conseguir nuestra sangre ya que posee   algunos componentes imprescindibles para su reproducción. En ocasiones, estos mosquitos transportan parásitos del genero Plasmodium que  inyectan en las personas que pican. Se conocen hasta 175 especies pero solo 10 infectan a los humanos y solo 4 provocan la malaria. El problema es que estos parásitos se han demostrado tremendamente difíciles de combatir. A pesar del esfuerzo desarrollado para conseguir vacunas, su eficacia solo es parcial y la resistencia a los tratamientos farmacológicos esta aumentando.

 

Anopheles stephensi lleno de sangre. Este mosquito causa la malaria en la India
Anopheles stephensi lleno de sangre. Este mosquito causa la malaria en la India. Fuente: Wellcome Images



Un enfoque diferente es intentar controlar el comportamiento del mosquito. Aprendiendo más sobre el mismo, es posible diseñar estrategias para reducir el número de picaduras y, por tanto, la extensión de la enfermedad. Bart Knols trabajaba en el departamento de entomología de la Universidad de Wagenigen cuando se fijó en un detalle curioso. No existía una opinión única sobre donde picaban los mosquitos. Este detalle era importante porque no elegían  una zona al azar ni picaban en cualquier zona descubierta. Saber que les atraía, o repelía, era potencialmente muy útil pero, ¿como desarrollar experimentos en un ambiente controlado?

La solución fue adecuar una sala con un ambiente tropical. El propio Bart Knols se situó en el centro, tapado por una mosquitera, mientras un colaborador, Ruurd de Jong, liberaba mosquitos, uno a uno, en su interior. El paciente Bart se mantenía completamente quieto hasta ser picado  tras lo cual el mosquito era sustituido por otro. Cientos de veces. Pero la investigación dio sus frutos y aparecieron claras preferencias. Los mosquitos africanos (Anopheles gambiae) preferían pies y tobillos mientras que los holandeses (Anopheles atroparvus) se decantaban por la cara.   Y también se detectó otro elemento crucial. Lavarse con un poco de jabón con bactericida eliminaba esta preferencia. Esto indicaba que alguna sustancia de la piel, tal vez del sudor, estaba implicada. Este fue el primer descubrimiento pero aún queda otro aún más importante. Si un jabón bactericida podía eliminar la atracción de los mosquitos ¿Que bacteria moría y dejaba de producir la  sustancia que ellos buscaban?

El segundo descubrimiento fue que nuestra piel contiene algunas bacterias muy similares a las utilizadas en la fermentación de ciertos quesos. Nuestros pies huelen como el queso y por razones similares. El olor se debe a las sustancias producidas por el metabolismo de bacterias muy similares, ¿podían ser estas las responsables de la atracción? Cuando consiguieron atraer a los mosquitos a pequeños fragmentos de queso Limburger decidieron que este descubrimiento merecía ser difundido. Y, pese al rechazo de las publicaciones más prestigiosas, consiguieron hacerlo. Pero el resultado no fue exactamente como habían pensado.

La noticia corrió como la pólvora  por los medios de comunicación no científicos gracias a titulares graciosos, exagerados o simplemente incorrectos. Tanta publicidad  les consiguió un puesto dentro de los premios IgNobel del 2006. Estos premios se conceden a investigaciones que hacen reír pero también pensar. Y que muchas veces resultan útiles de forma realmente inesperada.

¿Servirán las investigaciones sobre las bacterias del queso para desarrollar trampas más eficaces para los mosquitos? Aún no esta de todo claro y los estudios para verificar y contrastar esta teoría siguen desarrollándose. Pero los resultados son prometedores y Bart Knols recibió en 2007  la medalla Eijkman concedida por el Real instituto holandés de medicina tropical.  a sus 20 años de trabajo sacrificado y esperemos que útil. Imaginaos las repercusiones si conseguimos controlar a uno de los mayores asesinos del planeta con inofensivos productos químicos extraídos del queso.

Muchas gracias a Julio Sánchez Álvarez por ponerme sobre la pista de esta historia. 
 

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