Hace ya muchos años escribí una historia realmente mala para participar en el certamen literario Alberto Magno de ciencia ficción. Me temo que estaba llena de ideas pero vacía de personajes. Y hace poco descubrí que tampoco las ideas eran tan originales. Una de ellas tiene nombre, síndrome Kessler, y podría terminar con la mayoría de los satélites en órbitas bajas.
Dicen que el océano es inmenso y aún así los barcos consiguen encontrarse y chocar. Ayuda a ello que cada día lo recorran centenares de miles de embarcaciones de todo tipo. Y, todavía mas, que tiendan a concentrarse en algunos puertos, canales y estrechos. Algo parecido sucede en el espacio. Puede ser inmenso pero los satélites tienden a concentrarse en órbitas concretas que empiezan a estar un poco llenas. El ejemplo mas conocido es la órbita geoestacionaria. Es una órbita extraordinariamente útil ya que los satélites giran a la misma velocidad angular que nuestro planeta y permanecen en la vertical del mismo punto. Precisamente por eso, esta relativamente llena. A principios de año, una tormenta solar convirtió al caro satélite Galaxy 15 en un “zombie” que no respondía a las órdenes, emitían señales sin control que interferían con sus vecinos y se desplazaba acercándose a ellos. Un aviso para prepararse antes de que se repita una masiva tormenta solar como el evento Carrington.
En órbitas bajas el problema no son las interferencias sino el impacto directo entre dos satélites o entre un satélite y un trozo de chatarra espacial. Las orbitas bajas también son interesantes porque colocar un satélite cerca de la Tierra es mas barato, reduce de tiempo en las comunicaciones y permite observar nuestra planeta desde cerca Inicialmente, se creía que las posibilidades de un choque entre ellos eran insignificantes. Sin embargo, mientras el número de satélites seguía aumentando linealmente las probabilidades de impacto aumentaban exponencialmente. Aún así, el riesgo era poco conocido, excepto para los expertos que observaban incidentes preocupantes. Agujeros en la antena del telescopio Hubble. Daños por impacto en el satélite espía francés Cerise. Sin embargo, parece que el gobierno chino no tuvo en cuenta ese problema cuando China decidió poner a prueba un arma antisatelites. En 2007, un proyectil cinético sin carga explosiva chocó contra el satélite FY-1C convirtiéndolo en más de 2300 proyectiles de un tamaño superior a una pelota de golf. Era un hecho muy grave pero, después de todo, era un impacto deliberado. El exceso de confianza duró dos años mas hasta que dos satélites, el Iridium 33 y el Cosmos 2251, chocaron entre si y generaron otros 2000 proyectiles. Estaba claro que los choques entre satélites eran posibles.
Una representación de los objetos actualmente en órbita. A la izquierda, desde la órbita geoestacionaria. A la derecha, en órbita baja. Fuente: NASA Orbital Debris Program Office
Fue el momento de recordar una teoría formulada por el astrofísico Donald Kessler en 1978. Sus cálculos indicaban que, con suficientes desechos en órbita, podría producirse una rápida reacción en cadena. Una colisión generaría fragmentos que mas tarde chocarían con otros satélites y generaría aún más desechos hasta acabar con todos los satélites convertidos en fragmentos de chatarra que se distribuirían formando una esfera alrededor del planeta. La órbita terrestre se convertiría en un espacio inservible y cualquier misión que intentase atravesarla sufriría un grave riesgo de impacto contra dichos fragmentos.
Se calcula que ya existen unos 19.000 objetos mayores de 10 cm. en el espacio. Acompañados de unos 500.000 objetos entre 1 y 10 cm. Y nadie sabe a partir de que numero puede producirse el llamado síndrome Kessler. De momento, nos estamos limitando a observar mediante radares y telescopios en Tierra. Como complemento, los norteamericanos han enviado un satélite diseñado específicamente para localizar estos objetos y seguirles la pista. Como precaución, los diseños actuales intentan garantizar que un satélite fuera de uso acabe en un orbita segura o descienda hasta quemarse en la atmósfera. Pero no tenemos son planes para empezar a limpiar los miles de objetos que ya están en órbita. Los situados por encima de 800 km. pueden permanecer en órbita durante décadas y por encima de 1.000 kilómetros estaríamos hablando de siglos. Quizás va siendo tiempo que hacer algo si queremos seguir contando con sistemas G.P.S., buenas predicciones meteorológicas o enlaces satélite para las comunicaciones. Otro ejemplo de cómo la acumulación de basura puede cambiar nuestro mundo