En 1780, Luigi Galvani tocó con una varilla de hierro a una rana muerta que colgaba de un gancho de bronce. Para su sorpresa, vio que las patas de la rana se contraían. Este inexplicable fenómeno nos proporcionó las pilas, el monstruo de Frankenstein y los desfibriladores en una curiosa mezcla de investigación, ciencia-ficción y avances en fotografía.
Cuando Galvani tocó a la rana no estaba jugando con la comida. Intentaba aprender anatomía diseccionándola siguiendo la necesaria, aunque dolorosa, tradición de la biología. En su movimiento creyó descubrir una misteriosa fuerza vital que sobrevivía incluso a la muerte del animal. Pero Alejandro Volta no estaba de acuerdo. Él pensaba que se trataba de una simple reacción química al poner en contacto los dos metales a través de un conductor como era la propia rana. Veinte años después consiguió probarlo uniendo una serie de discos de cobre y zinc bañados en salmuera. El resultado fue la pila voltaica, un descubrimiento de extraordinario valor. Las pilas fueron el primer dispositivo capaz de generar electricidad de forma continua. Electricidad que se convirtió en la herramienta ideal para nuevos y variados experimentos. Entre ellos, la electrolisis de diversos compuestos que llevaron al descubrimiento de nuevos elementos como el potasio, el sodio, el calcio o el magnesio. Aunque también tenía su utilidad en diversas exhibiciones públicas, la versión pre-televisión de El Hormiguero, donde la contracción de las ancas de la rana ocupaba el lugar de honor.
Los experimentos con la misteriosa electricidad sirvieron de inspiración a la primera e increíblemente exitosa novela de Mary Shelley. En ella, un médico llamado Víctor Frankenstein creaba un monstruo al que daba vida gracias a la electricidad. El pobre monstruo ni siquiera tenia nombre pero dejo una huella indeleble en la investigación científica. Cualquiera médico que quisiera experimentar con la electricidad era considerado un heredero del loco Frankenstein y destinatario del mismo desprecio. No hubo muchos voluntarios para seguir con esa línea de trabajo.
Una de los pocos fue Guillaume Duchenne, un médico francés que descubrió varias enfermedades musculares como la distrofia que lleva su nombre. También se considera que fue el primero en contar cuantos músculos son necesarios para sonreír. ¿Qué como lo hizo? Utilizó la electricidad para ir contrayendo los músculos de la cara uno a uno y así poder contarlos. Afortunadamente, también era un gran aficionado a la fotografía y nos dejo completos estudios de anatomía como los que podemos ver en las imágenes. Pero hizo algo mas, demostró que la electricidad podía utilizarse de forma segura para forzar la contracción de un músculo concreto en un paciente vivo. Este fue un segundo paso crucial. Aunque viendo las imágenes, estoy seguro de que llamarlos pacientes es poco para describir a esas personas.
Experimentos de Duchenne. Fuente: Wikipedia
De todos los músculos del cuerpo, el corazón era el más interesante. En una época donde apenas se conocía el cerebro, se consideraba que controlar sus latidos era como controlar la vida y la muerte del ser humano. Así que, a pesar de puntuales ataques y bastante incomprensión, los médicos siguiendo buscando métodos para mantenerlo en funcionamiento y evitar la muerte de sus pacientes. Este fue un trabajo que requirió la colaboración de muchos científicos ya que el corazón resultó un músculo muy complicado de analizar. Entre ellos, el premio Nobel Willem Einthoven que desarrollo el primer electrocardiógrafo con el que se podía medir la actividad eléctrica del corazón. Este aparato ayudó a entender un extraño problema. Los enfermos no solo morían cuando el corazón se paraba, también cuando latía de forma descontrolada o a gran velocidad. En este último caso, el músculo se contraía pero no bombeaba sangre correctamente y esto podía causar la muerte. Comprender este mecanismo fue un tercer paso fundamental para conseguir la reanimación de nuestro corazón. Apoyados en el nuevo conocimiento, los médicos desarrollaron dos soluciones distintas.
Los “herederos” de Víctor Frankenstein se propusieron devolver el latido a un corazón parado y, como resultado, crearon el marcapasos. Su función es generar los mismos pulsos eléctricos que el cuerpo ya no produce por algún fallo orgánico. Por otro lado, cuando se presentaba una latido descontrolado del corazón, se descubrió que la mejor solución era forzar su parada. Detenerlo y confiar en que volviese a latir correctamente por si mismo. A este aparato lo llamaron desfibrilador. Suena menos amenazador que “detiene-corazones” y gracias a eso podemos encontrarlo en muchos lugares públicos. Cada año salva miles de vidas pero el método no deja de ser paradójico. Parar el corazón, matar a una persona según los conocimientos del siglo XIX, ha resultado ser la mejor forma de mantenerlo con vida.
Esta anotación se publicó inicialmente en Amazings.