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Marte y el invierno nuclear

(24/03/2006)

Estamos en 1971. Una masiva tormenta de polvo oculta casi toda la superficie del planeta Marte. Una primitiva sonda terrestre, la "Mariner 9" la ha vigilado durante semanas mientras oscurecía al sol y la temperatura de Marte descendía dramáticamente. Sus datos cambiarían la política y puede que toda nuestra historia reciente.


A veces nos preguntamos que sentido tiene analizar otros planetas ¿no es mejor dedicar el tiempo y el esfuerzo a resolver los problemas, aquí en la Tierra? Este argumento se ha repetido tantas veces que merece la pena contar un espectacular contraejemplo. Hace unas semanas comentábamos como el miedo al Carbono-14 consiguió prohibir las explosiones nucleares en superficie. Tras este éxito desapareció parte del miedo y mucha gente se acostumbro a las armas nucleares. Finalmente, en los años 80 surgió la idea de que la guerra nuclear podía ganarse. Que un intercambio nuclear limitado, un ataque quirúrgico, un “Pearl Harbor” nuclear podría destruir a la superpotencia rival sin darle tiempo a reaccionar. De esas ideas resurgió con fuerza el miedo. Según la CIA los soviéticos temieron ser victimas de ese ataque, y los norteamericanos intentaron desarrollar un escudo antimisiles para evitarlo.

En caso de guerra nuclear, la preocupación principal se centraba en los efectos directos de la explosión y las consecuencias de exposición a elementos radiactivos a medio y largo plazo. Una explosión de un megatón provocaría la muerte del 100% de la población en un radio de 5-10 kilómetros y un porcentaje variable en un radio de 10-20 kilómetros (Ver el estudio). Los efectos a medio y largo plazo eran mucho más difíciles de medir aunque se consideraban importantes. Así que la solución era alejarse de los blancos o esconderse en un refugio. Y en caso de un ataque nuclear limitado, (si ganamos, pensaba cada bando), los daños serian “tolerables”.

Frente a estas ideas un grupo de científicos encabezados por Carl Sagan, desarrollaron un estudio sobre el impacto de numerosas cabezas nucleares sobre blancos inflamables como ciudades, refinerías y bosques. Se centraron en el efecto de las nubes de polvo y cenizas generadas. Para simular esta situación se utilizaron los programas desarrollados y los conocimientos adquiridos mediante el estudio de estos fenómenos en Marte. Analizando las tormentas marcianas podían obtenerse datos aplicables a la atmósfera terrestre.

Las aterradoras conclusiones fueron discutidas, atacadas y analizadas desde numerosos puntos de vista. Pero, aún con dudas sobre los detalles, el cuadro general era claro. Las nubes de polvo y ceniza ocultarían el Sol provocando un súbito y generalizado descenso de las temperaturas de forma similar a la foto de Marte que podemos ver abajo. En segundo lugar la capa de ozono quedaría arrasada con una perdida superior al 70%. Tuvimos prueba a pequeña escala con la erupción del volcán Pinatubo en 1991 que redujo la temperatura media del nuestro planeta en 0,5 ºC. Si el blanco eran las refinerías de petróleo, seria suficiente con 100 bombas nucleares.




La conclusión fue que la guerra no podía ganarse. No sin que sus efectos convirtiesen la Tierra en un desierto casi tan frío e inhóspito como el propio Marte. Este escenario fue denominado el “invierno nuclear” y sigue siendo una amenaza aunque parezca olvidada en los últimos tiempos. Si no os parece preocupante, siempre podeis pasearos virtualmente por Marte con Google para familiarizaros con el resultado.

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