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Lobotomía, errores de premio Nobel

(23/11/2011)

Antonio Egas Moniz fue un psiquiatra y neurocirujano portugués que ganó el premio Nobel de medicina en 1949. Podría haberlo obtenido por el desarrollo de la angiografía cerebral, una valiosa técnica que aún se utiliza en nuestros días. En cambio,  lo recibió por su “descubrimiento del valor terapéutico de la leucotomía en ciertas psicosis”. El problema es que la leucotomía, una forma de lobotomía, no tiene ningún valor terapéutico. Mas bien al contrario.

 
A principio del siglo XX, nuestro conocimiento sobre funcionamiento cerebral era bastante rudimentario. Como consecuencia, el tratamiento de las enfermedades mentales oscilaba entre el simple encierro y diversos métodos que bordeaban la tortura como el electroshock. Al no disponer de ninguno de los medicamentos actuales, se probaron todo tipo de métodos más o menos experimentales. En este contexto, la cirugía cerebral surgió como una posible solución a determinados casos intratables de depresión, agresividad o esquizofrenia. La técnica original de Monz, denominada leucotomía, implicaba una cuidadosa operación donde se anestesiaba al paciente y luego se introducian grandes cantidades de alcohol en la corteza prefrontal del cerebro. Que el alcohol es un tóxico es algo que todo el mundo sabe, aunque a veces decidamos olvidarlo por unas horas. El efecto producido, y buscado, era la destrucción de las neuronas cercanas al punto de inyección. Desgraciadamente, en aquella época no sabían que esta parte del cerebro regula nuestra personalidad, conducta y la planificación de actividades. Así que era cierto que los pacientes se calmaban pero también perdían totalmente o parcialmente el control sobre su propio organismo. En muchos casos, la palabra “zombi” resultaba ser una descripción tristemente adecuada. Debido a ello, el propio Monz recomendaba su utilización solo en casos extremos.
 
 
Corteza prefrontal del cerebro
Corteza prefrontal. Fuente: MyBrainNotes
 
Con el tiempo, se sustituyo al alcohol por un fino hilo que cortaba la conexión entre esa parte del cerebro y el resto. Y seguía siendo una técnica médica relativamente controlada. La triste popularidad de este método llego con una técnica diferente llamada lobotomía que fue creada por el médico estadounidense Walter Freeman. Su método implica la introducción de un instrumento muy similar a un picahielos a través de la cuenca del ojo. Al moverlo dentro del cerebro se destrozaba la zona cercana provocando un efecto más o menos similar al anterior. Muy barata y rápida fue utilizada sobre decenas de miles de personas con muy diversas enfermedades mentales. Incluso se recomendaba prescindir de la anestesia y utilizar el electroshock para “adormecer” a los pacientes. Entre 1940 y 1970 se realizaron unas 70.000 lobotomías en todo el mundo, la mayor parte en Estados Unidos.
 
Las lobotomías fueron un terrible error, una tragedia que destrozo la vida de miles de personas y de sus familiares. Una prueba de que los conocimientos científicos no son irrefutables y cambian con el tiempo. Y eso es algo previsible porque la ciencia esta hecha por seres humanos y jamás ha pretendido ser infalible ni disponer de una inspiración divina que asegure su acierto. Podemos utilizar esta historia como advertencia para extremar el cuidado al aplicar algunos descubrimientos. Pero sería un error caer en una parálisis que nos impida afrontar los muchos problemas reales que ahora mismo tenemos. Como suele decirse de la democracia, las conclusiones de la ciencia son imperfectas y siempre debemos intentar mejorarlas. Pero cualquier alternativa es mucho, mucho peor. La ciencia es lo único que tenemos para intentar comprender el mundo y mejorarlo.
Etiquetas: historia, medicina, nobel
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